domingo, 2 de mayo de 2010

Las redes del odio



Entrevista

El odio, su origen y cómo superarlo, según Marcos Aguinis
Presentó un ensayo en el que reflexiona sobre la forma de desactivar la violencia
Advierte que, de no haber cambios, el país puede convertirse en víctima del desenfreno
Propone el perdón como una posibilidad de vencer los sentimientos de rencor

Marcos Aguinis: "Los argentinos, con escasas excepciones, somos todos víctimas"

En este momento, la pobreza, la marginación y la exclusión estimulan el odio y, si no hay cambios, la Argentina puede ser víctima de ese sentimiento de manera desenfrenada.

"Es un enfoque más bien sociológico que psicológico", dijo Aguinis al describir, en una entrevista, en la que se trasluce su concepción del hombre y de los recursos para enfrentar el mal y la violencia.

-El ser humano está ansioso por entender los motivos de sus incertidumbres y malestares. Y trata de esquematizar, como lo hacía la herejía del maniqueísmo: de un lado están los malos y del otro, los buenos. Es muy difícil escapar de esa tendencia. Pero no es una buena forma de ver el mundo, porque simplifica y pone toda la culpa de un lado y toda la generosidad del otro. Y no es así.

-¿Cómo explica usted el mal?

-El hombre está compuesto por el bien y el mal, y ambos elementos luchan dentro de él por manifestarse. Admiro al ser humano que, a pesar de estar habitado por las tendencias del mal, entre las cuales el odio juega un rol axial, haya desarrollado la cultura, la solidaridad, el arte, la piedad, el amor. Quizás el mal sea un provocador sin el cual no habría un desarrollo tan prodigioso del bien.

-Si el bien y el mal están "mezclados" en el ser humano, ¿qué despierta el odio?

-El odio suele ser desencadenado por una injusticia o una herida narcisista, por una situación traumática, inexplicable. Este elemento disparador activa algo que ya está en la condición humana. Es un problema cultural, porque en las sociedades donde odiar y ejercitar la venganza es una práctica generalizada, basta una mínima ofensa para despertar una tempestad de odio.

-¿La sociedad argentina aprecia la venganza y el odio?

-Nuestro país ha tenido odios que lo dividieron casi en dos mitades. Estaban los unitarios y los federales, los conservadores y los radicales, los peronistas y los antiperonistas, los guerrilleros y los represores militares. Pero, en líneas generales, es un país en donde el odio no tiene una presencia tan fuerte como en otros. En este momento, la pobreza, la marginación y la exclusión estimulan el odio. Si no se crean nuevas fuentes de trabajo, si no hay inversión y si no se limita la tendencia a una creciente anomia, entonces podemos ser víctimas de un desenfreno de odio.

-¿Qué recursos tiene el hombre para desactivar el odio?

-No podemos ser ingenuos y creer que el odio y el mal van a desaparecer; pero no es ingenuo suponer que podemos ponerle cercos y limitarlo, frenarlo, descalificarlo.

-En "Redes del odio" describe el perdón como una posibilidad para vencer el odio. Pero dice que pedir perdón asusta. ¿Por qué?

-Porque significa tener el coraje de aceptar en público que uno se equivocó. El perdón asoma como un camino lleno de obstáculos, pero cuando se lo atraviesa, la reconciliación brinda tanta satisfacción que se entiende que vale la pena hacer ese esfuerzo. En la Argentina estamos esperando que tanto los militares como los sectores de la guerrilla pidan perdón sin esperar que los de la otra parte lo hagan.

-Para anular el odio usted propone el diálogo interreligioso. Llevado a un plano individual, ¿qué significa esto para una persona que odia a los delincuentes, por ejemplo?

-Este tema lo traté en mi primera novela. Planteé que el conflicto se daba entre dos víctimas que no lograban reconocerse como tales. Pero los argentinos, con escasas excepciones, somos todos víctimas. Si nos consideráramos así, nos daríamos cuenta de que no tiene sentido dañarnos los unos a los otros.

-En su experiencia, ¿qué lo ayudó a superar el odio?

-Tomé conciencia de que el odio es un mal consejero y crea un estado de guerra interior interminable. Puedo sentir indignación, cólera o hervir de rabia por alguna situación, pero no odiar, porque el odio no lleva a ninguna solución, ni a que el otro se porte mejor ni propicia un clima más positivo.

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