lunes, 8 de septiembre de 2008

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Hay un debate en nuestra sociedad en relación a la despenalización de la droga para uso personal. Esto nos lleva a reflexionar acerca de su consumo.
La caída de los ideales y la crisis de los grandes sistemas de pensamiento llevan a la sociedad a un consumo desmesurado y a todo tipo de dependencias. Las adicciones no son privativas de los adolescentes y las hay diversas: al alcohol, al juego, al vértigo, a la velocidad, a la compra de objetos, etc...

El consumo de drogas aparece cada vez más temprano en los adolescentes como un intento de opacar un malestar intolerable.
Nunca es suficiente insistir en lo frágil, complejo y difícil de esta etapa: el abandono de la infancia, el enfrentarse a la asunción real de la sexualidad, las inevitables vivencias de pérdidas y duelos, la búsqueda de la propia identidad, las nuevas relaciones con los amigos, el encuentro con el otro sexo y los conflictos con los padres.
Al adolescente lo angustian la búsqueda singular, de por sí angustiante, y la falta de respuestas a sus interrogantes. En una sociedad que no tolera los contratiempos, en la que todo circula en torno a la inmediatez y al éxito, cualquier sufrimiento es signo de fracaso, sinónimo de ser “un loser”.
No hay palabra, no hay transmisión. Hay un declinar de la función simbólica. Los jóvenes no tienen de dónde sostenerse y se aferran a la droga.
Generalmente suelen consumir drogas porque ayudan a no pensar, porque es una forma de rechazo del pensamiento: conductas impulsivas que calman momentáneamente. Encuentran en la droga un medio para apaciguar la angustia, volverse insensibles al dolor de lo perdido, a la tristeza, al vacío ligado a la existencia y a la desorientación. Pero el encuentro con el tóxico los lleva a no sentir, desdibujando su mundo, aislándolos en un goce solitario. Hacen múltiples usos de la droga, como una forma social de compartir sensaciones, una automedicación para adormecer el sufrimiento, para lograr un buen nivel de adaptación o mejorar un rendimiento. Omnipotencia ilusoria que se desvanece cuando el efecto cesa. La cultura de la imagen, la de las apariencias, la del éxito fácil, la del consumo, la de la inmediatez, empuja a las salidas mágicas, rápidas, fugaces, inestables.

Los síntomas de la modernidad: las drogas, el alcohol, la anorexia, la bulimia. Son síntomas mudos, que en general no buscan ser tratados por quienes los padecen. De allí que resulten tan difícil el abordaje terapéutico y tan frecuente la recaída.

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