
En tantas sociedades nuestras, a la par de la prosperidad se está extendiendo un desierto espiritual: un vacío interior, un temor sin nombre, una callada sensación de desesperanza. Los jóvenes deben abrazar el poder de Dios para dejarlo romper la maldición de nuestra indiferencia y nuestra ciega conformidad ante el espíritu de esta era.
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