No podemos eludir: mejorar de manera decisiva la calidad institucional de nuestra República y promover el crecimiento cultural, social y económico como paso hacia la eliminación de los cuadros extremos de pobreza y marginalidad actuales.
Los argentinos no podemos perder más tiempo. No hace falta un esfuerzo demasiado grande para advertir que nuestro país continúa sufriendo los efectos de una anacrónica subordinación a los requerimientos de un populismo personalista y demagógico inconciliable con el espíritu republicano que presidió hace dos siglos el nacimiento de las naciones de América a la vida independiente.
En estos días se ha hablado de que el país estaría ingresando en la etapa del "poskirchnerismo". Es importante señalar que no es eso, de ninguna manera, lo que estamos reclamando de cara al año que acaba de comenzar. Lo que los argentinos nos debemos a nosotros mismos va mucho más allá del hecho circunstancial de que el liderazgo personal de Kirchner esté o no a punto de extinguirse. Lo que corresponde reclamar no es la supresión o la declinación de la figura del ex presidente y de su influencia pretendidamente hegemónica, sino la consolidación de un sistema democrático de partidos realista y maduro. No se ganaría nada con sustituir un personalismo por otro. La Argentina necesita consolidar una República transparente y de sólida base moral, en la que los populismos personalistas dejen de conducir la opinión pública con métodos, recursos y retóricas inequívocamente lesivos para nuestra dignidad.
El otro gran objetivo que nos plantea este nuevo año tiene que ver con el trazado de un rumbo económico basado en la definición de las estrategias de mediano y largo plazo. El país debe dejar definitivamente de lado las conductas inspiradas en necesidades de cortísimo plazo y las operaciones dirigidas a potenciar intereses de carácter político o electoralista.
Tiene que ver con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que estamos seguros de llegar a ser. Tiene que ver, en definitiva, con nuestro destino como Nación y con lo mejor de nosotros mismos.
Los argentinos no podemos perder más tiempo. No hace falta un esfuerzo demasiado grande para advertir que nuestro país continúa sufriendo los efectos de una anacrónica subordinación a los requerimientos de un populismo personalista y demagógico inconciliable con el espíritu republicano que presidió hace dos siglos el nacimiento de las naciones de América a la vida independiente.
En estos días se ha hablado de que el país estaría ingresando en la etapa del "poskirchnerismo". Es importante señalar que no es eso, de ninguna manera, lo que estamos reclamando de cara al año que acaba de comenzar. Lo que los argentinos nos debemos a nosotros mismos va mucho más allá del hecho circunstancial de que el liderazgo personal de Kirchner esté o no a punto de extinguirse. Lo que corresponde reclamar no es la supresión o la declinación de la figura del ex presidente y de su influencia pretendidamente hegemónica, sino la consolidación de un sistema democrático de partidos realista y maduro. No se ganaría nada con sustituir un personalismo por otro. La Argentina necesita consolidar una República transparente y de sólida base moral, en la que los populismos personalistas dejen de conducir la opinión pública con métodos, recursos y retóricas inequívocamente lesivos para nuestra dignidad.
El otro gran objetivo que nos plantea este nuevo año tiene que ver con el trazado de un rumbo económico basado en la definición de las estrategias de mediano y largo plazo. El país debe dejar definitivamente de lado las conductas inspiradas en necesidades de cortísimo plazo y las operaciones dirigidas a potenciar intereses de carácter político o electoralista.
Tiene que ver con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que estamos seguros de llegar a ser. Tiene que ver, en definitiva, con nuestro destino como Nación y con lo mejor de nosotros mismos.
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